miércoles, 27 de septiembre de 2017


CLEPTOCRACIA


Estado constitucional democrático significa un aparato político, jurídico, legislativo y  militar al servicio de las reales y efectivas fuerzas de poder que viven de lo público a pesar que son agentes privados. La sociedad civil está conformada por aquellos sujetos económicos que tienen la capacidad de exigir un trato igual y la libertad de someterse a las leyes del mercado para salir siempre victoriosos sometiendo lo público a sus intereses privados.

Por eso en todo el mundo Capitalista y en las sociedades altamente industrializadas como en las emergentes y las de la periferia, sin importar si son Neoliberales o Neoconservadoras,  lo público está subordinado al interés privado. El Estado coopta lo público. Invierte los recursos  públicos a favor del interés privado bajo el engaño de actuar motivado por el bien común.

Por ejemplo,  el Estado se endeuda con la banca privada internacional y con la banca privada interna  para construir con contratistas, casi siempre  foráneos,  infraestructura de bienes y servicios, como carreteras, aeropuertos, sistemas de transporte masivo, puertos y sistemas de explotación minera en concesión, todo ello después se  deja en manos  privadas para que lo exploten,  sin que estos empresarios privados, colombianos o extranjeros,  tengan que invertir un centavo ni asumir bajo su cargo los altos costos de mantenimiento, incluso operando con exención de impuestos y con seguros y garantías en detrimento de lo público. Operando con ejércitos de abogados tramposos que compran los dictámenes judiciales y condenan al Estado a reconocer otros sí, pagar indemnizaciones, renunciar a las regalías, ampliar las concesiones.

Por eso la sociedad civil es una sociedad de privilegiados que excluyen a millones, la sociedad civil está hecha para el beneficio privado  mientras las grandes mayorías viven marginadas de lo social. Son por eso carne de cañón para las guerras y los falsos positivos;  conejillos de indias de la desprotección social y ciudadanos de la más baja categoría que sólo pueden mendigar del Estado mediante tutela sus derechos no reconocidos.

En cambio los miembros de la sociedad civil como agentes económicos y políticos que son. Son también quienes hacen las leyes, las hacen con el convencimiento que no están obligados a obedecerlas, mientras no  los favorezcan. Para los millones de marginados hay represión, ignorancia socializada por los medios de información que estratégicamente confunden morbo y entretenimiento.
Los millones de marginados no conocen del ethos sólo el pathos. Mientras los miembros selectos de la sociedad civil salen en los titulares de las revistas del Jet Set, las clases populares por fuera de lo social, salen en los titulares de crónica roja. Los excluidos de lo social  son apenas personas disminuidas, sujetos manipulables que dinamizan la producción y el consumo y son movidos desde el miedo y la ignorancia. Los grandes señores y sus familias están protegidos por el Estado, por las legítimas fuerzas del orden, por el aparato confesional, por la propaganda y por sus aliados en el exterior.

¿Dónde están entonces los ciudadanos, los  héroes y los líderes? He ahí porque alguien dijo que Colombia es un país de cafres. Mientras otras sociedades han aprendido a hacer la política para minimizar el peligro de la guerra. En Colombia se ha institucionalidad que la única forma de hacer política es por medio de la guerra sucia que es la tortura, muerte y desaparición del adversario. En 60 o más años de guerra,  los grandes intereses privados y la acumulación de capital nunca se ha visto afectada. Eso sí dice mucho de la  clase de país que somos.


Las próximas elecciones 2018 son decisivas para consolidar la paz o definir la guerra. Pero millones de personas están más preocupadas desde finales de septiembre por el pavo navideño, las vacaciones, la ropa que van a estrenar o por el futbol elevado a obsesión maniaco compulsiva institucionalizada. No le  importa  a nadie la suerte de las nuevas generaciones a las que siempre los plutócratas les  han robado la alegría y la esperanza. De cada persona en edad de votar  depende ser parte del cambio, superar esa  sociedad civil excluyente tradicional  por una sociedad civil que no se base en el individualismo de posesión y en la concentración de la riqueza sino en un humanismo responsable con la ecología, con el medioambiente, con la democratización económica y  la apertura a la cultura, a la ciencia, al arte, al deporte para todos los colombianos y no sólo para minorías cuyos privilegios significan explotación, enfermedad, cárcel, miseria y muerte para el pueblo,  del cual se dice falsamente es soberano, cuando ha sido históricamente por acción de la violencia, la ignorancia y la miseria excluido de la sociedad civil y es apenas un argumento estadístico  que evocan los politiqueros para realizar su vocación: robarse lo público.